Qué sería de mí sin vosotros,
tiranos y, a la vez, embajadores,
de la imaginación,
verdugos del deseo
y,
al mismo tiempo, mensajeros suyos,
libros llenos de cosas deplorables
y de cosas sublimes,
a los que odiar
o por los que morir.
L.A. de Cuenca
Es de sabios rectificar, y aunque de sabia solo comparto las últimas dos letras de mi nombre, tengo que reconocer que cada vez que leo la entrada que escribí hará unos cuatro meses haciendo una Apología del Kindle me dan ganas de borrarla (o al menos algunas partes). Espero que mi mini-biblioteca particular no la haya leído, y si es el caso, que me perdone, fue solo una pequeña infidelidad pasajera.Dejémoslo claro desde el primer momento: El E-Book es útil para ahorrar y para evitarse pesos en el bolso. Nada más. Tampoco me arrepiento de que me lo regalasen (a caballo regalado...), puede que en ciertas ocasiones sea práctico por el hecho de poder consultar definiciones o poder llevar muchos libros en el bolsillo. ¿Pero saben qué? No me suele ir lo pragmático.
1. Sobre el peso y las sensaciones: Me gusta que el bolso me pese recordándome que llevo un libro (o dos, o tres, depende del día y de como tenga una la cabeza). Sentir el peso reconfortante entre las manos al hojearlo es radicalmente diferente a sujetar un E-Book (que es como un libro anoréxico). Luego viene el tema del tacto... el libro electrónico es como cuando vas a visitar a un recién nacido a la incubadora y solo puedes mirarlo desde el cristal. Te quedas con cara ausente mirando con las manos apoyadas en el fría ventana ascética. Sí, algo así sería. Un libro real no se lee, se experimenta en todos los sentidos: acariciar sus páginas, darte golpes contra los párrafos (literal y literariamente) sin miedo a romper la pantalla, olerlos cuando son nuevos, cuando son viejos y los amamos más, llorarlos sin temor a provocar un cortocircuito... Si no puedes hacer todo eso no estás leyendo un LIBRO estás leyendo un texto.
2.Sobre la acumulación y los rituales: Otro de mis argumentos a favor del Kindle fue su gran capacidad de almacenamiento, que evitaba la sobrecarga de estanterías. Me retracto en mayúsculas porque mentí vilmente y lo digo en voz alta: ME ENCANTA ACUMULAR LIBROS Y QUE NO HAYA NI UN HUECO EN LA ESTANTERÍA. (Cosa que se traducirá en una visita a Ikea a comprar otra) Me niego a que mi modesta biblioteca se reduzca a una carpeta en el ordenador con el ingenioso nombre de: E-books. Siempre he defendido que una de las mejores cosas después de comprar un libro es el ritual que una sigue para colocarlo en su justo y preciso lugar. (Vale, son manías, pero se me llevan los demonios en casa ajena si veo a García-Márquez junto a Lucía Etxebarría, bueno y solo por la presencia de ésta última también). En mi caso, aunque mi espacio sea algo reducido (ya lo expandiré cuando me independice) suelo tomarme mi tiempo para dejarlos en el lugar que se merecen, por temática, otro día por autor, otro por preferencia... (incluso tengo una balda de la estantería dedicada al ostracismo de libros infumables que nunca debí comprar. Es la más alta de todas y hay que subir con escalera, por si a alguien le entra la tentación de leer algo de lo que se esconde en ese Tártaro literario) Así, todo este ritual de los fetichistas de libros es algo que con el libro electrónico se pierde -y yo me niego-, se vuelve un acto frío de almacenamiento rutinario, fabril y estéril.
3. Sobre el coleccionismo: Algunas personas están orgullosas de su coche y lo tratan como si fuera su mayor tesoro (quítate los zapatos antes de entrar, mira qué bombos, no toques, no mires); otras de su colección de sellos, vinilos, polaroids... . Imagínense la escena análoga en casa de un fetichista de libros, el día que viene visita y una quiere enseñar su colección, enchufa el Kindle para mostrarla ante la estupefacta mirada de los presentes, que le responden: tú no coleccionas libros, coleccionas archivos. Y tendrían toda la razón del mundo. Otra de las acciones necesarias para el fetichista de libros es poder admirar su colección en todo su esplendor, mirar la estantería con orgullo, ver el desnivel entre los lomos, la variedad de colores, editoriales, grosores...recorrerlos con los dedos para comprobar que el polvo sigue amando a nuestros compañeros de viaje, que ahora descansan en un estante colmado de letras. ¡Así sí que puede uno mostrar su tesoro a las visitas, hombre!
4.Sobre el papel socializador entre fetichistas. Hace poco vi un vídeo en el que Manuel Vicent decía: "Los lectores, una secta". Pues bienvenidos. Advertencia: aquí se lee, se pedantea, se discute, se cita, se recita y se tienen catarsis. Quedan avisados. El libro digital se carga muchas de las interacciones entre sus miembros: el eterno intercambio de libros (sustituido por envío de archivos o una solitaria descarga) y su posterior comentario al calor de un café, a veces con convergencia, otras no; la eterna pelea por las ediciones (la mía es más bonita-la mía tiene una portada más lograda-la mía tiene un prólogo espectacular); el eterno reproche por los daños causados al libro (has doblado la esquina-has subrayado un párrafo con fluorescente amarillo). Y vale que el fetichista del libro suela ser un tipo algo solitario que le gusta tumbarse bajo los olivos a leer (o en la cama, en su defecto), pero de ahí a robarnos toda interacción posible con los exiguos miembros de la secta hay un buen camino. (Bueno, al menos con el Kindle puedes compartir en Facebook tus subrayados...)
5.Sobre la agresión al libro. (No leer si tiene implicaciones emocionales o aversión a rayar grandes obras) Cuando alguien te deja un libro en el que no ha marcado ni una sola frase, opción 1: es un puritano que respeta la palabra escrita sobre todas las cosas, amén; opción 2: no se lo ha leído, no lo ha entendido, o ha visto la película. ¡Las grandes obras deben ser agredidas! Con fosforescente si lo que dice es extremadamente genial, con lápiz si es sublime y con una esquina doblada si es interesante. Es la manera de hacerlo propio, de integrarlo en nuestro horizonte, de sumergirnos completamente en su lectura, siendo juez y parte (y también para poder volver más tarde a esa gran cita que se nos suele olvidar pero que por surte un día marcamos). Si tienen el día atrevido pueden anotar sus propios comentarios en el margen, como suele hacer una servidora, que también le da a veces por dibujar simbolitos algo extraños: ojo,cara de horror, cara de sorpresa grata, cara sonriente, cara de me parto, cara de me duermo, interrogante/duda existencial. Lo bueno es ver con los años las barbaridades que subrayaste y pensar... ¿realmente encontré esto interesante?, ver que los grandes interrogantes al margen se han diluido con el devenir de los días o reencontrarte de repente con un fragmento magnífico que casi habías olvidado. Con el Kindle esto también se pierde, pues aunque tenga la opción de guardar los subrayados, qué quieren que les diga... no es lo mismo.
6. Sobre la compras. Hacer un par de clics en Amazon.com no es comprar un libro. Es descargar un archivo triste, comprimido y fútil. (Además odio que la susodicha página web me recomiende títulos.¡No pienso comprarme Viaje al optimismo de Punset, ¿capisci?) Adquirir un libro es otro ritual maravilloso, es pasearte insomne por una librería -ese reducto de paz- con desmanes torpes coger unos y otros, revolverlo todo, leer las contraportadas, sopesarlos a dos manos, desdeñar un diseño de portada, comparar ediciones... pasear entre letras vivas y muertas, humo de la historia y del arte, de los devaneos humanos. Es ir sin idea de comprarte nada y salir con las manos llenas de alegrías y tostones, con la Visa rota -pero con la cabeza bien alta. Y aunque duela un poco a final de mes, pocos objetos sobreviven tan bien al paso del tiempo, pocos nos hacen disfrutar durante años y pocos se vuelven gravilla y asfalto de la carretera de nuestras vidas del modo en el que lo hacen ciertas obras fundamentales que todos tendremos siempre cerca (aunque esta lista sea personal e intransferible).
Creo que mi disculpa hacia el libro impreso (y verdadero) y en particular hacia mi pequeña, pero fiel biblioteca de andar por casa, queda pues escrita (qué ironías, electrónicamente), por lo que ya puedo liberar esa pequeña carga que llevaba yo en alguna recóndita habitación de mi conciencia y volverme a mi butaca a seguir con mis lecturas. Si me buscan, allí estaré.
Hasta entonces,
N.Molines.